A
cinco años de la partida del gran amigo
Raúl Bordaverri
Raúl
Bordaverri fue un gran amigo y periodista.
Con él recorrimos los enormes, dificultosos
pero entusiasmantes caminos de aquélla
profesión en diversos medios de comunicación.
Con él , y otros tantos colegas,
compartimos experiencias y vivencias que sólo
esta actividad concede. Desde innumerables y
recónditas mesas de café solíamos
recorrer la madrugada con sueños de radio,
esperanzas de vida y expectativas de un mañana
mejor.
Esas
madrugadas cortadas en vino abarcaban desde
una charla/discusión de cómo sería un
mundo mejor hasta la más enorme risotada
cuando nos trenzábamos en inolvidables
duelos de chistes y humor. Y en el medio
todo el resto. Ante todo Raúl Bordaverri
fue un amigo leal, íntegro, desinteresado,
que me honró con su amistad. Luego fue un
periodista brillante que alternó en medios
nacionales y locales y recorrió buena parte
del mundo con su oficio. Exquisito redactor
que publicara un exitoso libro de aforismos
" Sí entre todos uno " prologado
por José Narosky. Bordaverri fue el autor
de una inédita y extraordinaria propuesta
radial que está patentada y nunca se puso
en marcha en la Argentina. Tal vez algún día
alguien la reflote. Raúl fue mi coequiper
no sólo del micrófono sino también y
sobre todo de la vida. Sus consejos y
sugerencias lo asimilaban al Viejo Vizcacha
del Martín Fierro.
En
la madrugada del 27 de febrero de 2007 Raúl
se fue de este mundo víctima de una
dolencia cróncia. En mí quedó su
semblante, su sabiduría, su amistad. Su
rectitud y su incorrumptible moral. En cada
reunión de amigos lo evocamos y lo echamos
de menos. El nunca pasó inadvertido. Podría
haber sido tildado de vehemente y testarudo
como buen vasco, pero su infinita bondad y
Don de gente superaba a aquéllo con
holgura. Como homenaje a su memoria dejo
este escrito que alguna vez Raúl le hiciera
a un amor perdido.
Despedida
de un amor
Cuando
aquélla noche del 93, recién despuntado en
un febrero todavía capullo, me citaste para
comunicarme oficialmente tu fallo, ya conocía
la sentencia. Te confieso que acudí al
estrado por el impulso que alimentó la
secreta esperanza de adivinar en tu rostro
algún rictus de perturbación. Al influjo
de la sutil venganza de disfrutar, como
postrer e inútil recompensa, con alguna lágrima
recorriéndote la mejilla. Al hechizo de la
infantil fantasía de parecer indiferente
ante el temblor de unas manos inseguras.
Tentado por el pueril anhelo de contemplar
unos ojos privados de esa serenidad tan
tuya. Al conjuro de la torpe represalia de
comprobar como se quebraba tu voz al
pronunciar tu veredicto. Pues una vez en la
costanera, sentados frente a frente, todo lo
concebido se estrelló contra mis
sentimientos, con la misma impotencia con
que las aguas se topaban contra el paredón
que las contenía en sus vanos intentos por
horadarlo. Entonces hablé yo, procurando
evitarte la angustia de encontrar las frases
que una vez me dijiste no hallarías sí
dejabas de amarme. Preferí que pareciera un
suicidio... .
Al
agotarse mis palabras, en todo momento mal
hilvanadas, quedé como un garete, lejos de
la costa en la que habíamos fundado una
cofradía de dos, algo así como una logia
conspirativa contra el mal, la falsía, la
mentira, la envidia y que concebimos
indestructible. Esa costa en la que pretendí
abrigarte el alma con versos mediocres, con
flores proletarias, con piropos
rudimentarios, con regalos humildes, pero
todos intentos impregnados de una infinita
ternura. Lejos del lugar en que exhalté a
tu cuerpo con besos y caricias sin estrenar
y en el que disfruté hasta el éxtasis los
misterios casi infinitos de tu geografía
sin llegar a agotarla, alentado por los
orgasmos carnales y espirituales, fruto del
descubrir, en cada jornada amorosa una
belleza nueva.
Si,
me sentí muy lejos del sitio en el que
construímos juntos la barca que nos
conduciría hasta la otra orilla, dónde
poder compartir nuestras vejeces: asumidas,
serenas, recatadas y no por eso tristes.
Vejeces plenas, con futuro, rescatadas de la
mediocridad de esas vejeces que parecen una
lisonja otorgada a la vida por la muerte.
Vos
alfonsinista, yo peronista, yo creyente, vos
atea, vos pragmática, yo poeta, yo tomando
mate dulce , vos amargo, vos con tus comidas
frugales, las mías más contundentes, pero
unidos por el hilo de ariadna para escapar
juntos del laberinto de la soledad.
Creí
que una alianza basada en el respeto, en
principios morales compartidos y en la recíproca
incondicionalidad ante el infortunio eran la
mejor garantía para concretar esos sueños
que tantas veces nos confesamos.
Por
eso te invité a la travesía y por eso
mismo creí que habías aceptado el desafío.
Para ser nuestros miembros, los del otro sí
algo nos sucedía. Sus ojos sí alguien se
quedaba ciego. Su sangre sí vos o yo la
necesitaba y hasta la luz de la razón sí
alguno la perdía.
Para
ser dos almas estigmatizadas mutuamente.
Pero
el viaje era largo y un día la barca se varó.
Estoy seguro que vos lograste regresar al
punto de partida, desde el cuál intentarás
construir otra más sólida, más segura,
menos precaria. Yo no, y ese amor distante
que me ofrecés en forma de amistad no
alcanza para rescatarme, es algo así como
arrojarme un salvavidas pinchado. No quiero
regresar a un territorio que me resultaría
inhóspito y hasta promiscuo sí tuviéramos
que compartirlo en esas condiciones.
Prefiero seguir solo en la barca, alimentado
por la remota ilusión de verte pasar un día
montada en un hipocampo y recitando lo que
alguna vez me escribieras: "Creo que
sos el hombre que más quise y estoy segura
que al último ".
Pero
sí nuestro galeón se hunde antes, moriré
con la gloria de saber que legiones
emprenderán su búsqueda en el afán de
encontrar el inapreciable tesoro del amor
revelado.
Raúl
Bordaverri

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